Conferencia Magistral 2004
Conferencia Magistral 2004
Cátedra UNESCO de Educación para la Paz Entre el terror y la esperanza: Religión, guerra y paz |
Coloreando la esperanza[1]
Dra. Nina Torres-Vidal
La Justicia y el Amor se besarán,
y nacerá la PAZ [2]
Celebro haber aceptado la gentil invitación del Dr. Luis Rivera Pagán para comentar su ponencia Entre el terror y la esperanza; apuntes sobre la religión, la guerra y la paz tan pronto recibí la llamada de la compañera Anita Yudkin. Lo celebro y lo agradezco. Conozco el trabajo del distinguido colega; por lo tanto no tenía duda de que el suyo sería un ensayo bien pensado; redactado con rigurosidad académica, con profundo sentido de compromiso, y en un estilo cuidado y elegante. Cincuenta (50) notas al calce en veinte (20) páginas, otras tantas alusiones históricas, teológicas, literarias, filosóficas; citas en inglés y hasta en latín; una apretada síntesis de la obra de pensadores clásicos, modernos y contemporáneos…, por mencionar sólo algunas de las virtudes de este trabajo, confirmaron mi acertado “pre-juicio”.
Como todo buen ensayo, el que nos ocupa está colmado de temas que invitan a la reflexión y al debate, pero hoy, por la brevedad del tiempo de que dispongo, puedo comentarles sólo algunos que, como si me conocieran, me “cucan” y me hacen “guiños” para que los aborde. Me aproximo a ellos desde mis preferencias académicas: la literatura, la teología y los estudios de género, y desde mi compromiso con proyectos que contribuyan a crear un mundo más justo y amoroso para todos, en particular para las mujeres y la niñez.
Empiezo por un aspecto de la composición del ensayo y me detengo en las referencias literarias—Saramago, Yeats, Twain, Joyce, Borges. Siempre son reveladoras las preferencias literarias de los/las ensayistas. Las citas seleccionadas por el profesor Rivera Pagán por un lado iluminan y sintetizan su pensamiento, y por otro invitan a una reflexión a propósito de las conexiones entre la literatura y la violencia. Tomo de punto de partida el contraste que hace Luis entre las novelas “seudoteológicas y seudoliterarias de tenebrosa mentalidad apocalíptica” que se han puesto de moda en Estados Unidos en la última década, y el “sublime” estilo de Joyce al describir “el pavor ante las imágenes tradicionales del infierno eterno”. El arte, ha dicho Ortega refiriéndose a la pintura, aunque su metáfora es válida para todas las expresiones artísticas, es el “confesionario de la historia”. Mario Vargas Llosa apunta que en “toda ficción bien lograda se encarna la subjetividad de una época” y Balzac dice que “la ficción es la historia privada de las naciones”. Creo que estaríamos de acuerdo en decir que la literatura nos ayuda a explicar y a entender las limitaciones y la grandeza de la condición humana; a enfrentar nuestros temores, a soñar nuestros sueños, a denunciar lo que nos limita y nos degrada, a luchar por nuestras aspiraciones más puras, a imaginar lo imposible como primer paso para convertirlo en realidad. La literatura contribuye a producir y a reproducir respuestas para viejas y nuevas preguntas, y también a fijarlas en el imaginario colectivo; pero, a través del tiempo, los buenos textos literarios permanecen siempre disponibles para que se les hagan nuevas lecturas, se les apliquen nuevas categorías de análisis, y se les invite a diálogos frescos y renovados. En un lúcido ensayo titulado Ritos bárbaros, [3] publicado en El Nuevo Día, poco después de que Estados Unidos declarara la guerra contra Irak, la Dra. Carmen Dolores Hernández, urge a revelar la guerra como lo que es: “un rito bárbaro y sangriento cuyas consecuencias son la muerte, la destrucción y la venganza. Hay que desacralizarla, quitarle su mística”, dice, y vuelve sus ojos hacia el objeto de su quehacer profesional –la literatura- e invita a hacer nuevas lecturas críticas de los textos clásicos, colocando “a los ‘héroes’ del pasado, ficticios y reales –desde Aquiles hasta Rambo, pasando por el Cid y Rolando; desde Alejandro Magno hasta Napoleón, pasando por Julio César y el Gran Capitán- en una perspectiva racional. “La guerra no engrandece; El guerrero no es un héroe”, sentencia. Es, sin duda, una mirada muy distante de la que ha prevalecido durante siglos a la hora de discutir estos personajes.
Las últimas décadas del siglo XX han sacudido radicalmente nuestra manera de entender el mundo. Hemos desvelado la violencia, el racismo, el clasismo, el sexismo, la homofobia y tantos otros ismos y fobias agazapados en nuestros textos literarios más apreciados— la Biblia incluida. También hemos aprendido a leer los silencios, a ver lo “invisibilizado” y a rescatar las voces y las miradas de los/las que resistieron. Sin caer en lecturas anacrónicas o ahistoricas, reconocemos la necesidad de denunciar los prejuicios y de añadir a las interpretaciones tradicionales, nuevas lecturas desde perspectivas más liberadoras.
Lamentablemente, los guerreros a los que alude Hernández no son héroes del pasado; la ideología y la cosmovisión que hizo héroes de estas figuras no son una visión del pasado, continúan vigentes. Tenemos sus equivalentes en nuestra sociedad, y el campo de batalla donde se probaba el honor y la gallardía en el mundo del Cid y de Alejandro Magno, hoy se ha convertido en “el teatro de la guerra” con escenarios en “las áreas más afligidas socialmente de la humanidad”. Descorazona ver como ante los reclamos de paz de prácticamente el mundo entero, las voces del poder logran seguir imponiendo la visión de que la guerra es manifestación de “honor” y “patriotismo”, y ante la agresión del otro no hay más respuesta que la guerra. [4] Para más decir, hoy día, en nuestro país, en este mismo centro educativo donde nos hemos convocado para apostar por la paz se está discutiendo --la historia vuelve a repetirse -- si un programa militar como el ROTC debe tener o no un espacio legítimo en una universidad. Y esa discusión se da dentro de un contexto en el que se tiene como misión contribuir a crear una cultura de paz.
Deseo comentarles ahora lo que me parece un hermoso acierto de Luis: citar a Borges: En el ensayo aparece la estrofa completa pero yo prefiero detenerme en el primer verso “Alguien construye a Dios en la penumbra”, y específicamente en las primeras cuatro palabras: “Alguien construye a Dios” A mi entender, este verso muy bien podría servir de punto de entrada y puerta de salida del ensayo del profesor Rivera Pagán. Leído a la luz de la crítica que le hace Regina Schwartz a “las dimensiones posesivas y excluyentes del monoteísmo de las grandes religiones”, el verso de Borges nos recuerda que, en efecto, la realidad es que todas y todos construimos a Dios; que la teología, nuestra religiosidad, nuestra espiritualidad es NUESTRA manera de ver, de entender, de explicar lo inefable. El pecado de la parte más poderosa de la humanidad ha sido llevar a los extremos lo que Luis -siguiendo el pensamiento de Schwartz- llama “el lado siniestro de la afirmación ‘MI dios es el único Dios verdadero’ ”. Cuando mi colega señala que debemos oponernos a ciertas maneras de ver y entender la divinidad, yo lo escucho con júbilo. (Una contribución muy importante en dirección de ampliar el modo de concebir y de hablar de Dios, es la que hace la teología feminista —quizás la teología más novedosa y revolucionaria del S XX.) Ahora bien, el problema es que dentro de las estructuras patriarcales operantes, no se nos permite construir a Dios de forma diferente a la tradicional. Mientras no se tomen en cuenta otra voces -todas las voces-, y otras miradas, -todas las miradas-; mientras no erradiquemos las jerarquías que privilegian una perspectiva sobre otras, mientras no transformemos los modos tradicionales de relacionarnos entre nosotros/as y con la Divinidad no podremos alcanzar el verdadero Shalom (que como recordaremos, para el pueblo hebreo no es un proyecto utópico sino uno que se tiene que trabajar en la historia) Mientras persistamos en creernos poseedores/as del “dios único y verdadero” seguiremos tratando de encajonar a Dios dentro de los limites que podemos controlar y que nos permiten controlar a los/las demás. Por fortuna, la Divinidad no necesita ni que la protejan ni que la defiendan de nadie, y al escapar todo intento de aprisionamiento continúa invitándonos a salir a su encuentro y a decir sin temor, como lo ha hecho la teóloga latinoamericana Consuelo del Prado, “yo siento a Dios de otro modo”. [5]
Y ya que nos hemos acercado a las trampas del patriarcado, permítanme otra “mirada de mujer”. Esta vez voy a subsanar una exclusión: En el ensayo se mencionan siete figuras que “encarnan el afecto divino y reconciliador por la humanidad”. Pero…., no hay un solo nombre de mujer en la lista: Junto a Isaías, Thomas Merton, Martin Luther King, Jr., Mahatma Gandhi, Desmond Tutu el Dalai Lama y Jesús, les invito a recordar a Shirin Ebadi, ganadora del Premio Nobel de la Paz de 2003, Jody Williams ganadora en 1997, Rigoberta Menchú en 1992, Aung San Suu Kyi en 1991, Alva Myrdal en 1982, la Madre Teresa en 1979, Betty Williams y Maired Corrigan en 1976, Emily Greene Balch en 1946, Jane Addams en 1931, …. Recordemos también a las Madres y a las Abuelas de la Plaza de Mayo, a las Mujeres de Negro en Israel, a la Red Internacional de Mujeres Contra la Guerra y a los tantísimos grupos de mujeres que, a través del mundo, y aquí en Puerto Rico, se reúnen para trabajar la paz. Yo estoy consciente del interés de Luis Rivera Pagan en contribuir a corregir las exclusiones del sexismo. Sin embargo, el que el nombre de esas y otras mujeres no figuren a la hora de hacer una lista, el hecho que no nos vengan a la mente, tiene mucho que ver- y se hace patente aun en los escenarios más sensibilizados al tema- con el valor real que tienen todavía la palabra y la presencia de las mujeres frente a la de nuestros homólogos masculinos en la sociedad en que vivimos y en la que, junto a los hombres, también ponemos de manifiesto lo que Luis llama “nuestra ternura restauradora y [nuestra] pasión profética”.
Según lo sugiere el titulo, este ensayo se mueve entre dos tonos claramente perceptibles y diferenciables que dividen el ensayo en dos: el tono del terror y el de la esperanza. Bajo el signo del “terror” se sintetiza la historia de “la obsesión bélica del Siglo XX” y se hace un retrato devastador de los alcances de la capacidad humana para la crueldad y la violencia. En esa primera parte prevalece la voz del profesor-historiador. En la segunda parte, que nos lleva hasta el final, se eleva con unción la voz persuasiva y profética del teólogo-pastor que nos invita al diálogo, a abrazar las diferencias, a apostar por el ecumenismo de la compasión… Nos movemos, entonces, de la escatología apocalíptica a la profética.
Tengo que decir de inmediato que yo abrazo esa invitación y la suscribo. Sin embargo, fiel a mi tradición católica, me acuso de haber caído momentáneamente en el pecado de la desesperanza al terminar de leer la segunda parte del ensayo. Por un ratito me sentí suspendida entre el terror y la esperanza. ¿Dónde estaba el puente para transitar el camino? Yo sé que Machado ya nos resolvió el problema cuando dijo “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, y estoy consciente de que Ghandi nos advirtió que “there is no way to peace, peace is the way”, pero de alguna manera hay que señalar el camino.
¿Cómo llegar al dialogo, cómo abrazar las diferencias, cómo apostar por el ecumenismo de la compasión?
Permítanme abordar ahora lo que me parece que es elemento central en el problema que estamos discutiendo, pero que desde mi punto de vista, aparece muy diluido en el ensayo. Yo entiendo que la raíz del problema tiene mucho que ver con el desequilibrado y jerárquico sistema que hemos construido y en el cual hemos sido socializados y también socializamos: el patriarcado, y en gran medida, con la forma en que se entiende el poder en el patriarcado, con el hecho de que el poder se experimenta y se expresa exclusivamente como control y, por lo tanto, como autoridad opresiva. Hemos construido un sistema en el que la diferencia --diferencia de color de piel, de clase social, de sexo/género, de capacidad física y mental, de edad, de creencias religiosas, etc.- se ha utilizado como justificación para degradar, para someter, para excluir de la humanidad (de la raza humana) a muchos seres humanos que, históricamente, han sido considerados menos que humanos. Aunque el feminismo, (feministas, mujeristas, womanists) al igual que otras perspectivas liberadoras, han desarrollado entendidos (teorías), estrategias, formas alternativas de comportamiento, para corregir estas injusticias, desafortunadamente las estructuras sociales y políticas no nos ayudan ni un poquito a vivir en forma alternativa y, por lo tanto, no logramos hacer mella en las estructuras patriarcales que continúan su marcha arrolladora sobre toda persona que no se someta a ellas. Como someterse es la única manera de sobrevivir o de florecer, pues es lo que hacemos. En todas las esferas caemos una y otra vez en maneras de actuar que perpetúan la obediencia a las “leyes” y las dinámicas del patriarcado. Es difícil pensar en alternativas; a veces nos parece imposible. Sin embargo, no podremos influir en las estructuras políticas y sociales (incluyendo las eclesiales) a no ser que abracemos formas alternativas de comportamiento en la esfera personal y en nuestras comunidades primarias. Pero no podemos o no queremos actuar de otra manera porque no vemos como sostener una forma alternativa de comportamiento dadas las estructuras dentro de las cuales vivimos, que en cierta forma controlan no sólo lo que hacemos sino hasta lo que imaginamos. (La eticista feminista norteamericana Sharon Welch propone en su libro A Feminist Ethic of Risk [6] que creemos “matrices de resistencia” [matrix of resistence] contra lo que nos destruye, y nos ofrece interesantes pautas para que nos arriesguemos a hacerlo)
Lo medular detrás del terror y la violencia es la dinámica control-sometimiento que es un elemento esencial y central en el paradigma del poder que ejercemos en nuestras vidas y bajo el cual vivimos. Para que se dé el dialogo hay que empezar por buscar maneras de equilibrar el poder… ¡¡¡ahí está la cosa!!! Así que no podemos abogar por el diálogo, sin lidiar antes con la cuestión del poder. Y no se trata sólo de equilibrar el poder, sino de comprometernos a repartirlo, se trata de abrir espacios para que todo el mundo pueda acceder él. Transformar el concepto de poder como “autoridad represiva” a un concepto más cercano al de –diría yo- “el poder como energía creativa y regeneradora” debe llevar al diálogo; pero igualmente, el diálogo puede llevar a la transformación del modo tradicional de entender el poder. Ahora bien, para que el diálogo ocurra hay que estar dispuesto/a a vaciarse un poco de sí mismo/a y salir a buscar la verdad junto a los/las demás. No tratando, por ambas partes, de convencer al otro de que es uno quien tiene la verdad., sino construyendo juntos otra dimensión de la verdad “¿Tu verdad? No, la verdad y vamos juntos a buscarla” nos propone en un verso Antonio Machado. [7] No hay reconciliación sin diálogo, pero no hay diálogo sin la capacidad de poder participar, de escuchar, de ser escuchado, y de ser tomado en cuenta… lo que no quita que sigamos buscando dialogar donde quiera y con quien sea, y en ese proceso nos vayamos conociendo y derribando barreras, y abriendo espacios de libertad y de paz.
Quizás porque el tema que acabo de discutir no aparece elaborado en su ensayo, sentí que el propio Luis percibía como lejana o quimérica su propia propuesta para alcanzar la paz; utópica en el sentido de ideal, imaginario, conceptual. Frases como “imágenes transhistóricas de nuestras escrituras sagradas” ; “visión ardua de plasmar históricamente”; “diálogo perpetuo entre la razón y el corazón humanos empeñados ambos en forjar aproximaciones terrenales del mito genésico del paraíso…”,etc. me llevaron a reafirmarme en la necesidad de tener siempre presente en nuestra mente, en nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestra piel, que el mundo que tenemos hoy es una construcción de los seres humanos; que el mundo que soñemos será una construcción de los seres humanos; que el mito genésico del paraíso es una construcción humana concebida en la historia y no fuera de ella. Y que Jesús, en Mateo 25, nos ha dejado direcciones claras, sencillas y concretas sobre cómo construir, aquí en la tierra, el “reino” que soñamos: den de comer al hambriento, de beber al sediento, acogida al forastero, aliento y compañía al enfermo. . . Seremos juzgados, entonces, sobre cómo hacemos efectivas, sacramentales, nuestras palabras de justicia, solidaridad y amor, aquí, en la historia. Esto también es utópico, sí, pero utópico en el sentido de lo que “es pero no es aún”.
Luis nos recuerda que “Isaías, Jesús, Mahoma, y Buda constituyen sacramento de esperanza para un mundo atribulado todavía por la violencia”, Y yo digo que sí. Pero les propongo que consideren que es la gente, la gente que vive en medio de este mundo atribulado, violento e injusto, la gente: mujeres, hombres, niñas y niños que se levantan día a día a enfrentar una vez más la vida y, abrazando lo parcial y limitado de su humanidad, se arriesgan a lanzar sus redes “con la esperanza de un dia…” [8] quienes constituyen el verdadero sacramento de esperanza.
Adrienne Rich lo resume así y yo hago mías sus palabras: [9]
My heart is moved by all I cannot save:
I have to cast my lot with those
who age after age, perversely,
with no extraordinary power,
reconstitute the world
Una vez más, gracias estimado amigo por la invitación. Gracias también por hacerme este regalo de Cuaresma; por obligarme a reflexionar nuevamente sobre la necesidad de hacer efectiva mi palabra a través de la práctica de la justicia y la solidaridad; por recordarme que para “colorear la esperanza”, tengo que renovar-día a día- mi compromiso de unir mi suerte a la de aquéllos y aquéllas que generación tras generación, perversamente, sin ningún poder extraordinario, reconstruyen el mundo. Hermanas y Hermanos: seamos la Paz.
[1] Tomo prestado este título de una canción de la cantautora cubana Luba Maria Helvia
[2] En el ensayo Justice and Love Shall Kiss, todavía en prensa, la teóloga mujerista cubana Ada Maria Isasi- Díaz plantea que la constancia del compromiso con la justicia –“la pasión por la lucha por la justicia” viene de- y se sostiene por- el amor que se tiene por aquéllos por quienes se lucha. Yo concuerdo con ella, y completo el verso añadiendo “la paz” como el resultado implícito y deseado de ese beso apasionado.
[3] El ensayo de Hernández salió publicado bajo el titulo Hemos vuelto atrás pero yo prefiero el titulo original que le dio la autora.
[4] El 11 de marzo de 2004, el dia después de leer este comentario en la Universidad de Puerto Rico, ocurrió el golpe terrorista en Madrid. Estaba justamente preparando estas notas cuando empecé a escuchar las respuestas oficiales al ataque. Mientras las voces oficiales del gobierno español y del gobierno norteamericano se reiteraban en responder a la violencia con más violencia, el pueblo, en emotivas manifestaciones multitudinarias rechazaba la violencia y pedía la paz. Tres días después, en una afirmación de esperanza, España votó por un nuevo gobierno.
[5] Prado, Consuelo. Yo siento a Dios de otro modo. El rostro femenino de la teología Ed. Elsa Tamez. Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), 1988. pp. 73-83.
[6] Welch, Sharon. A Feminist Ethic of Risk (Revised ed.).Minneapolis: Fortress Press, 2000.
[7] Machado Manuel y Antonio. Obras Completas. Madrid: Ed. Plenitud, 1952. p 902
[8] Sugestiva frase pronunciada por la poeta uruguaya Juana De Ibarbourou en su Discurso de aceptación cuando fue consagrada como Juana de América en el Palacio Legislativo de Montevideo el 10 de agosto de1929. En Obras Completas. Madrid: Aguilar, 1960. p. 945.
[9] Rich, Adrienne. Natural Resources. The Dream of a Common Language: Poems 1974-1977. New York: W.W.Norton, 1978. p. 66-77.